Publicado en El Mercurio el 16 - 01 - 2022
Como una forma de celebrar el 140 aniversario del Museo Nacional de Bellas Artes, aparece el libro 'Emilio Jéquier. La construcción de un patrimonio', que da cuenta de la figura y obra del destacado arquitecto chileno, que diseñó el Palacio de Bellas Artes, además de otros edificios emblemáticos de la capital.
Aunque puede ser un nombre desconocido para la gran mayoría de los santiaguinos, son miles los que cada día circulan por algunos de sus edificios emblemáticos de la ciudad y que permanecen hasta hoy entregándole forma y sentido al espacio público, especialmente del centro histórico. Emilio Jéquier (1866-1949), arquitecto chileno de padres franceses, es el autor del Museo de Bellas Artes, la Universidad Católica, la Bolsa de Comercio, la Estación Mapocho, el Hospital de niños Manuel Arriarán y la Casa Puyó (Monjitas), entre otros edificios reconocibles. Fue colaborador, también, en el diseño de los Tribunales de Justicia de calle Compañía.
Todas obras que fueron levantadas en torno a los años del Centenario, a principios del siglo XX, uno de los momentos urbanos relevantes de Santiago, dentro de su historia, con obras públicas que permanecen, como el trazado de ejes viales centrales, la construcción del alcantarillado y el diseño del Parque Forestal.
Fernando Pérez Oyarzún, uno de los autores del libro, sostiene que este 'se centra en la figura de Emilio Jéquier, pero aspira a que se la entienda en un contexto histórico y cultural. Así, Jéquier, arquitecto y viajero, nos habla de Chile y Francia a comienzos de siglo. Lo vemos actuando en una ciudad que se transforma a través de una serie de edificios institucionales y equipamientos que constituyen un aporte único a la ciudad de entonces. Por último, el libro nos permite comprobar cómo su obra ha resistido y ha aportado a la realidad urbana presente'.
Yolanda Muñoz es autora del capítulo biográfico inicial del libro, parte de su tesis doctoral aún en proceso sobre Jéquier y el Museo de Bellas Artes. Ella entrega datos desconocidos hasta ahora sobre la vida familiar del arquitecto, nacido en Santiago y fallecido en París. 'Me ha sorprendido descubrir a la familia Jéquier como una de viajeros. El padre de Emilio, Enrique Jéquier, antes de venir a Chile en 1853, viajó por diversos lugares de Europa oriental por motivos de trabajo. En Chile, estuvo vinculado a la extracción del salitre en el norte, y después en la construcción del ferrocarril Santiago-Valparaíso y del ferrocarril del sur. En Santiago conoció a su esposa -también de origen francés- y aquí nacieron sus hijos. Cuando Emilio Jéquier tenía 4 años, la familia regresó a Francia, seguramente buscando que sus hijos tuvieran una educación francesa'.
Jéquier estudió en la École des Beaux-Arts de París y en la École Spéciale d'Architecture, donde se tituló de arquitecto en 1886. 'Es importante destacar que en ambas escuelas Jéquier se inscribió como chileno y era considerado un alumno extranjero'. Se estima que regresó a Chile a principios de la década de 1890 cuando iniciaría una carrera profesional que se extendería hasta 1920. Yolanda Muñoz sostiene que la familia Jéquier no fue de la élite, 'me parece que eran -más bien- una familia de mucho empuje, trabajadores y emprendedores, que no dudaron en viajar al fin del mundo -literalmente- para tener mejores oportunidades, y emprender el retorno para ofrecer la mejor educación a sus hijos'. Jéquier y su familia volvieron a Francia en 1920, definitivamente, junto con sus hijas adultas y sus propias familias (maridos, hijos).
Un arquitecto del Centenario
Para Fernando Pérez, Jéquier es uno de los arquitectos más prolíficos y relevantes del Centenario en Chile. 'Él es probablemente el arquitecto asociado a más proyectos, especialmente monumentales, de ese período, ya sea en calidad de autor o de colaborador. Probablemente, su formación y sus condiciones personales se adaptaron especialmente bien a los requerimientos arquitectónicos de ese período. Su carrera en Chile fue brillante'.
Entre los atributos más sobresalientes de Jéquier como arquitecto, Pérez menciona su sentido de la escala, su sensibilidad al contexto y un aprecio por aquello que los clásicos denominaban 'decoro', esto es, 'una relación entre las formas y el rol del edificio en el sentido más amplio. Ello se aprecia en el modo en que edificios tan diversos como la Estación Mapocho, el Palacio de Bellas Artes y la Casa Puyó se insertan en contextos tan disímiles. Se aprecia también en su habilidad para resolver problemas urbanos extraordinariamente difíciles, como es el caso de la Bolsa de Comercio, emplazada en un terreno triangular. La presencia de esa sensibilidad urbana se percibe hasta hoy. Sus edificios enriquecen las zonas en que se levantan'.
-Al parecer, la construcción del espacio público de la ciudad en la época de dominio del neoclasicismo y del eclecticismo, durante la Belle Époque, tenía en las grandes casonas palaciegas, como un elemento para su formación.
'Comparativamente, con su participación en proyectos para grandes edificios públicos, la producción doméstica de Jéquier me parece que no alcanza la misma relevancia, especialmente si se compara con grandes residencias anteriores, como el Palacio Errázuriz, el Palacio Pereira o el Palacio Rivas. Lo que es clarísimo es la conciencia de Jéquier acerca del modo en que los edificios, especialmente a través de sus fachadas, contribuyen a la caracterización del espacio público. Ello se comprueba desde la Estación Mapocho hasta el edificio de la Universidad Católica, pasando por la doble fachada del Palacio de Bellas Artes'.
-Jéquier no fue un innovador de formas, sino más bien un fiel ejecutor del oficio y de la buena factura, y representante fiel del estilo de los años en torno al Centenario, se lee en el libro.
'Efectivamente, Jéquier no fue un inventor de formas, sino un arquitecto que supo hacer un uso apropiado y pertinente de algunas de las formas predominantes en su tiempo. A pesar de ello, realizó innovaciones o reelaboraciones valiosas en diversos planos de su actividad arquitectónica. El sistema de anillos expositivos del Museo de Bellas Artes se puede rastrear en edificios anteriores, pero su versión es bastante original. Podría decirse que la cúpula del museo se asemeja mucho a la del patio vidriado de la Escuela de Bellas Artes de París, pero está muy bien impostada en el conjunto. Jéquier no inventa elementos de arquitectura, pero la manera en que los utiliza en conjuntos complejos es original. Otro tanto podría decirse de la inclusión de materiales que entonces eran nuevos, como el hormigón armado'.
-¿Ha tenido Santiago una época de expansión y riqueza de proyectos urbanos y arquitectónicos como la que se dio durante los años de vigencia de Jéquier, entre 1890 y 1920?
'Me parece que sí. No todo se agotó en el Centenario. Pensemos en episodios urbanos como el del barrio cívico, por ejemplo, o el conjunto de la Plaza de la Constitución. Ambos son momentos en los que se articula una disciplina urbana con talentos arquitectónicos destacables como Smith Solar y Smith Miller, o Ricardo González Cortés. Podríamos seguir con muchos edificios del centro entre los años cuarenta y sesenta'.
-¿El Museo de Bellas Artes Bellas Artes constituye el mejor ejemplo de la arquitectura de Jéquier? ¿Qué elementos formales considera usted que lo hacen un edificio relevante de Santiago hasta hoy?
'El Palacio de Bellas Artes es una obra fundamental de Jéquier y una de las más relevantes. Biográficamente, ganar el concurso en 1902 es su primer gran logro. Su concepción de la articulación de museo y escuela es muy original, y su adaptación a su nuevo emplazamiento en el Parque Forestal, muy lograda. Adicionalmente, fue un edificio que logró de inmediato un aprecio de la ciudadanía'.
-¿Cómo ha sido la sobrevida de las edificaciones de Jéquier, de qué forma dialogan con el entorno actual, moderno, de Santiago?
'Las fotografías actuales que el libro incluye en su sección final dan cuenta del modo en que las obras de Jéquier no solo han resistido el paso del tiempo, sino que se insertan bien en contextos urbanos muy diversos a aquellos existentes en el momento de su erección. Más allá de esa resistencia, diría que los enriquecen, conectándolos con el pasado y agregándoles valor'.
DANIEL SWINBURN, Editor Artes y Letras